Este artículo resume las ideas que Vandana Shiva expone en su libro: ¿Quién alimenta realmente al mundo?
Los alimentos que comemos y los sistemas alimentarios que construimos, tienen el potencial de acercarnos o alejarnos de la Madre Tierra. Desde hace milenios, los pequeños agricultores, en su mayoría mujeres, trabajan con la naturaleza con cuidado, respeto y sabiduría, en reciprocidad. Han desarrollado un sistema que genera alimentos nutritivos, saludables, diversos y sabrosos, identidad cultural, seguridad alimentaria, y dignidad; a la vez que regenera los recursos naturales para las generaciones futuras. En este sistema, los alimentos encarnan la naturaleza interrelacional de la red de la vida. Los alimentos son vida.
Por el contrario, el sistema alimentario industrial, en manos de unas pocas grandes corporaciones, produce mercancías: algo que se comercializa para generar ganancias. Este es un sistema que trabaja en contra de la naturaleza. Se caracteriza por el acaparamiento de tierras, la deforestación, los grandes monocultivos, los agroquímicos, la manipulación de semillas, los combustibles fósiles y el uso intensivo de agua, energía e insumos. Este sistema provoca agotamiento del suelo, disminución de los organismos del suelo y polinizadores, pérdida de biodiversidad, pérdida de variedades de semillas, apropiación de semillas, contaminación de aguas subterráneas y corrientes, emisiones de gases de efecto invernadero, desplazamiento y endeudamiento de los agricultores, sufrimiento animal, e inseguridad alimentaria. Estos resultados atentan contra la vida.
El paradigma industrial se justifica con la falsa promesa de acabar con el hambre mediante la producción de alimentos baratos a gran escala. Sin embargo, la mayor parte de su producción no son alimentos para consumo humano, sino biocombustibles y piensos, que son más rentables. Los alimentos producidos carecen de propiedades nutricionales. Los precios se mantienen artificialmente bajos mediante subsidios que ocultan los altos costos de los insumos (semillas patentadas, agroquímicos y energía) y no reflejan las externalidades negativas que se generan (daños ambientales y sociales).
Además, los acuerdos comerciales, la competencia en términos desiguales (subsidios) y los altos costos de los insumos empujan a los agricultores del Sur Global al endeudamiento y a remplazar cultivos de autoconsumo por cultivos comerciales para la exportación (aceite de palma, café, cacao, té, tabaco, etc.) El comercio global también genera ineficiencias que conducen al desperdicio de una cantidad sustancial de alimentos. En última instancia, el paradigma industrial está socavando la base misma de la seguridad alimentaria. Por lo tanto, no puede ser una solución para alimentar al mundo, ni para apoyar el sustento de los agricultores rurales.
De hecho, se estima que el 70% de los alimentos producidos proviene de pequeñas explotaciones agrícolas que utilizan menos del 30% de la tierra cultivable del mundo. Por el contrario, unas pocas empresas utilizan el 70% de la tierra cultivable del mundo para producir mercancías con fines de lucro, y una cantidad relativamente pequeña de alimentos con escasa diversidad y peores propiedades nutricionales, a costa de ser responsables de gran parte de la contaminación del suelo y las aguas del mundo, y del cambio climático.
Lo que realmente garantiza la seguridad alimentaria para el mundo entero, es un sistema alimentario que, en la mayoría de las comunidades rurales es gestionado por mujeres, que produce a pequeña escala, principalmente para el autoconsumo y solo una pequeña fracción para la venta en el mercado o el comercio internacional, donde las semillas se conservan y comparten libremente, donde las variedades de semillas ofrecen nutrición, sabor y resiliencia, con soluciones orgánicas para fertilizar y soluciones naturales para el control de plagas, y donde se regeneran los recursos naturales.
Con nuestra alimentación, no solo impactamos nuestro propio bienestar, el futuro de la seguridad alimentaria, y el sustento de los agricultores que producen nuestros alimentos, sino también el bienestar de la red de la vida. De esta manera, con nuestras decisiones acerca de cómo alimentarnos, nos acercamos o nos alejamos de la Madre Tierra. Los alimentos que escogemos a diario, importan. Podemos elegir comprar alimentos frescos y orgánicos, comprar a agricultores locales, evitar el desperdicio de alimentos en casa, y adoptar una dieta vegana que es mejor para el planeta y pone un freno a la crueldad animal.
Con las decisiones que tomamos al alimentarnos, tenemos la oportunidad de honrar el suelo vivo, los polinizadores, las semillas, la biodiversidad, el agua, el sol, el cuidado y el conocimiento de los agricultores, y la sabiduría que permite que esta red de vida trabaje junta para apoyar generosamente nuestra existencia.
Autora del artículo: Verónica Lassus
Bibliografía:
Shiva, V. (2016). Who Really Feeds the World? The Failures of Agribusiness and the Promise of Agroecology. North Atlantic Books.